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viernes, 12 de junio de 2020

Bártulos


Bártulos 

(tercera entrega)

Si dejas la razón en la estacada
y abandonas tus múltiples hogares
el crepúsculo te cobra su factura.
Serán tus centinelas los vicios veteranos.
No podrás ya fugar de sus intrigas.
Probablemente ignoras que la trama es babosa.

Como al acróbata equilibrista
te sujeta un ligamen, promisorio
caracol acotado a su ralea.
Sobre él das tus pasos,
pero el alambre aguanta,
¿será verdad que aguanta?



Cuando llega el amor
con vendajes lustrosos,
te oprime la certeza de lo frágil,
te invade una ansiedad inapelable,
te consume de celos la avaricia,
no vas a compartir al soberano
que contrasta contigo su deseo,
relegas tu bastón,
tu escudo protector de fantasías,
hay un salto mortal en el milagro
y gime viudedad la cuerda floja.


Bártulos


(Segunda entrega)


El prodigio aleatorio
camina despacio;
el sol lo desvanece porque el fuego lo quema;
las visiones lo estorban.

No embarques tu equipaje
sin cargar mente y alma;
la fe de los gigantes  embellece
el vacío importuno.

No escuches la calumnia prepotente
ni tampoco la injuria
camuflada de tibia adulación.
Mostrar  cautela es la mejor doctrina.

Bendigo los ejemplos que mecieron mi cuna

y obedezco las leyes naturales
que me imponen preceptos arrendados
a los pocos sabios que en el mundo han sido.

El cosmos viaja a bordo de ficciones perennes,
Interpreta el valor parlamentario.
No hay más tiempo ni espacio para nadie.
No hay rutas paralelas ni volcanes dormidos.

El planeta se esfuma tan pronto como muere
la rosa en el rosal del cuadro añejo
(Los jardineros y las rosas no son para casarse).

La conciencia remuerde mientras estamos vivos.
Sus timbales borrachos  se  apilan en rincones
ocultando su reputación cínica
y te solventan.

Bártulos


Bártulos

(Primera entrega)

Un poema aleatorio:
Fortificado el ánimo;
espoleados y  dominados
los enigmáticos conjuros del vientre de la tierra;
desorbitada la fatiga crónica del surco universal,
nos aflige el discernimiento,
y seca nuestras bocas en el cielo
como una obligación cumplida;
se ciernen nuevas dudas
tornando viejos  párpados
con el humo inquisidor de elementos
de un mismo jaez,
que tiñen las canas rebeldes,
obstinadas, impías, hostiles
al sagrado milenio
donde sepulté el primer cadáver.
Contarás las estrellas lo máximo que puedas;
sabrás que el infinito
cabe en baldes de arena;
que cuando las nubes retumban
chocan contra ellas mismas
para darnos la lluvia con truenos y estertores.
Mojarse es preferible a estar contento;
es el guiño que evita el estéril adjetivo.
Aprende a recitar en los misales
la indiscreta oración
que disuelve el rocío de los labios carnosos,
como un paladar negro
que fue lavando la ropa de los vagabundos,
cuyos bártulos son menos pesados,
menospreciados,
menos pesantes que los nuestros.       


Cetrerías o Cordero de Dios de Lucía Folino

Tapa del libro Cetrerías o Cordero de Dios