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viernes, 12 de junio de 2020

Nam myoho renge kyo


Nam myoho renge kyo

1.-
Plegarias inspiradas
en  lenguas aprendidas.
Tú dices la oración
yo te contemplo.                                            
Cuando el hielo se funda
y  las aguas destruyan nuestra casa,
la pompa conjugada
será la pertinaz semilla
que nos aferre al cielo.

2.-
Basta una ojeada para entender el mundo,
sus derrumbes y su renacimiento.
Apenas un vistazo superficial
para embelesarnos
con sus tardanzas y su prisa.
No más de una mirada
que procure docilidad;
una pacífica advertencia
envidiada
por los desafortunados,
desoída por los pacatos,
admirada por los dioses.

3.-
Estoy vacía de hostilidades
con una eternidad soñada en la conciencia,
lejos del laberinto
y su monstruoso minotauro.
Oigo la música de los cinco mares,
descreo de las patrias,
vivo en el reino del desorden
porque amo el litigio del caos
con la fuerza de una pronta salvación.
Rehúso aceptar
la excentricidad de la muerte,
lo excepcional de su ocurrencia
una sola vez en la vida.
Soy argentina.
Mi historia es la del mundo.

4.-
Desgarramiento del cuerpo,
memoria de la sangre
que engulle la arrogancia.
Desierta oscuridad domesticada.
Abierta angustia que dibuja manos.
Labios templados por la cocaína.
Desentierra la fe de catedrales
un tropel de dicterios y alabanzas.
Un puñado de audaces pisa el freno.
Voy por tu sexo brusco
masticando las letras paralelas
absortas en el juego del espejo,
envuelta con palabras entre tules,
perdiendo la insolencia.

Presumen las auroras
del ritmo acostumbrado
al roce de los hielos.
En cambio, yo presumo
La boreal  incerteza
del miedo de perderte.

5.-
En la babel  turbulenta
hay una jerga incomprensible.
Los caprichos egoístas            
traquetean azarosos.
La lengua es un cartílago
y al igual que los músculos
debemos entrenarla.
Me acusan de herejía los políglotas.
Pero soy mortal, y eso ayuda.

6

Se intercalan murmullos entre dos comentarios.
Nadie escucha lo que el otro dice.
Nadie quiere escuchar lo que el otro dice.

Ninguno está dispuesto
a limpiar sus herramientas marciales,
manchadas  por  la pólvora que ha contribuido
a justificar sus existencias.
El odio es tan finito como
las cámaras secretas de Sumeria.
Los pueblos diezmados
habitan en la sospecha
de las nobles intenciones
y en fatuos simulacros 
de espíritus rastreros. 


Cetrerías o Cordero de Dios de Lucía Folino

Tapa del libro Cetrerías o Cordero de Dios